Esta semana, Guillermo Zapata escribía en Bluesky sobre el tráiler de Disclosure Day, la nueva película de Spielberg, que “la vuelta del fenómeno ovni y la vuelta del fenómeno religión [son] la vuelta de lo mismo, la vuelta del repliegue a lo íntimo, la necesidad de buscar salidas a una realidad asfixiante”.
No me gusta hablar de tráilers porque no me gusta alimentar la máquina del hype, pero es cierto que, como dice Guille, “el tráiler de lo nuevo de Spielberg da en la diana”. Él también lo hace con su post. Pero hay algo importante que se quedó fuera.
En 1958, en plena furia de los platillos volantes, Carl Jung escribió Un mito moderno. De cosas que se ven en el cielo, un libro fundamental para cualquiera que se tome El Fenomeno medio en serio.Jung no estaba intentando resolver el misterio de los ovnis, sino entenderlo. A lo largo de sus páginas juega un poco al gato y al ratón contigo para acabar diciéndote, sin decirlo del todo, que los ovnis son símbolos: una verdad que no puede expresarse de otro modo, una especie de sueño compartido. Los ovnis no vienen del espacio exterior, sino de nuestro interior. Son imágenes que emergen cuando la psique individual y colectiva están bajo presión.
La clave esta en su forma. Muchos ovnis son descritos como objetos circulares y luminosos. Jung los interpretó como mandalas, símbolos arquetípicos de totalidad y reconciliación, de cierre, de unidad psíquica. El mandala aparece cuando la psique está fragmentada, cuando el individuo o la sociedad necesitan recomponerse. Jung situaba su origen histórico en la división del mundo en bloques durante la Guerra Fría y en la posibilidad de la autodestrucción atómica.
Visto así, se hace evidente la razón del regreso de los ovnis: Es el síntoma de una necesidad de reparación psíquica y social.
Formalmente, el punto de inflexión es la portada del New York Times de diciembre de 2017 dedicada a los ovnis (rebautizados como UAPs). Un reportaje supuestamente serio, respaldado por fuentes militares y documentos oficiales.
Pero quiza la clave fue la eleccion de Donald Trump un año antes. Aquello fue un reseteo del marco simbólico. Una ruptura del orden racional, una prueba de que las instituciones y los medios ya no garantizan la verdad ni el futuro. Desconfianza, colapso de narrativas compartidas, pandemia, crisis económica, radicalización política. La sensación de estar gobernados por irresponsables, por fuerzas que nadie controla. Y, de fondo, un nuevo miedo a la autodestrucción: el colapso climático.
Los ovnis han vuelto porque el futuro se ha vuelto ilegible. Porque expresan una necesidad de sanación. Y aunque un tráiler es solo un tráiler y la película de Spielberg puede terminar yendo por mil caminos posibles, creo reconocer en ella un intento de curación, la voluntad de usar el ovni para cerrar una herida.
Lo que se queda fuera es que la palabra disclosure no es an absoluto neutral. Está cargada de connotaciones. Con ella, Spielberg busca, en efecto, dar en la diana.
Hace apenas un mes se estrenó con gran fanfarria e incluso un pase en el Capitolio el documental The Age of Disclosure, que puede entenderse como la culminación (o quizá como el último intento de hacer caja) del movimiento de “divulgación”. Este se presenta como la cruzada de un grupo de valientes exfuncionarios, militares y científicos que, tras abandonar el Estado, se atreven por fin a decirnos la verdad sobre los ovnis.
El documental es larguísimo y aburridísimo, pero describe bien un fenómeno poliedrico. El ovni aparece en el a la vez como amenaza y como promesa. Como amenaza a la soberanía nacional: objetos que se mueven a su antojo, que desactivan armas nucleares y se burlan de nuestros aviones. Tambien como promesa de sentido, de armonía universal, unidad en la Tierra y en el cosmos. Pero, sobre todo, como promesa tecnológica: los ovnis como fuente de energía infinita, energía milagrosa capaz de doblar el espacio-tiempo, de derrotar a China, salvar el planeta y curar todos los males del mundo.
El movimiento de “divulgación” no pide tanto pruebas de extraterrestres (ya han llegado, ya están aquiiii) como reconocimiento de que algo no va bien. Que el relato oficial no basta. Que hay que decir la verdad. No por casualidad, uno de los eslóganes publicitarios de la película de Spielberg es: “Este verano, la verdad pertenece a siete mil millones de personas”.
Pero aunque el fenómeno se declare transversal, está siendo instrumentalizado por algunos, especialmente desde la derecha. Marco Rubio aparece en el documental reclamando que los burócratas ajenos, a los ciclos electorales, sean apartados para que la verdad que ocultan pueda salir a la luz. Lue Elizondo, la cara visible del documental y productor ejecutivo, está estrechamente vinculado a la industria de la defensa, lo que ayuda a explicar el énfasis constante en la necesidad de que Estados Unidos proteja sus cielos y gane la carrera por apropiarse de la tecnología alienígena mediante ingeniería inversa.
Detrás de ellos está Robert Bigelow, un millonario convencido de la existencia de hombres lobo y demonios extradimensionales, que lleva décadas financiando estas investigaciones. Incluida la célebre encuesta Roper de 1991, según la cual millones de estadounidenses habrían sido abducidos por extraterrestres, piedra fundacional del lore de Expediente X, por cierto. La encuesta fue dirigida, entre otros, por Budd Hopkins, padre del movimiento de los abducidos y nombre clave de la ufologia de los 90, quien a su vez fue pareja de Leslie Kean, coautora del articulo del NYT de 2017.
Ya tengo media pierna metida en la madriguera del conejo. Asi que mejor paro aqui.

