Se ha puesto brava la semana como para escribir sobre ovnis y ángeles, sobre viajes en el tiempo y criaturas primordiales, cuando los malos parecen ir ganando día sí, día también, y ese asedio constante coloca cualquier observación, por comparación, en la puerilidad.
Probemos a ensayar un tema nuevo y, digamos, importante:
Con las del enemigo no me atrevo, pero si suelo escuchar voces centristas, liberales, mainstream, como quieras; analistas moderados y atlantistas parte de ese conglomerado tan anglo de medios tradicionales, think tanks, ONGs, educados en el consenso de posguerra y, sobre todo, en el privilegio. Desde la llegada de Trump 2: Yo Soy La Venganza, ha sido curioso, gracioso incluso, verles agotar los eufemismos para describir lo que iba sucediendo, ir trazando lineas rojas, adoptar, poco a poco, un lenguaje cada vez más indignado impropio de personas moderadas y ecuanimes.
No estoy hablando de extremocentristas. Esta gente no son unos zoquetes. Son mucho mas sofisticados. Y estan aterrados, confundidos. Son conscientes de que el mundo que conocian, en el que creian habitar, ese mundo de Democracia, Justicia y Derecho Internacional, que quiza no era el mejor posible pero se le acercaba bastante, está siendo demolido como el ala Este de la Casa Blanca. Y que no va a volver.
¿Dónde había visto ese desconcierto antes? Ah, sí. En la izquierda, tras la caída del Muro de Berlín. 1989. Idéntico.
Pero claro, son incapaces de verlo. Porque para los centristas nada pasa hasta que no les pasa a ellos.
Probemos a dejar afuera el ruido y a buscar solaz en la lectura:
Vuelvo a Ursula K. Le Guin como se vuelve siempre al amor. Estoy leyendo Tehanu, la cuarta y última entrega de sus Historias de Terramar. Y está siendo, siempre lo es con ella, como las primeras estapas del enamoramiento: Quiero volver al libro. Pienso en él cuando no estamos juntos. Anhelo el momento del reencuentro. Que me hable.
La fantasía no me interesa demasiado. No sé si es por el feudalismo mal disfrazado, o porque me caí en la marmita de joven. Da igual. La única fantasía que leo es la de Ursula.
Llegué a Ursula tarde, muy tarde, ya con canas. Y no puedo evitar comprobar la gigantesca influencia que ha tenido en los muchísimos autores y autoras que, en papel o no, escriben fantasía en nuestro idioma. Pero no consiguen acercarse a ella. Lo que en Ursula es una sensibilidad sabia e inaudita, imitada, resulta ñoña y cursi (es decir, una sensibilidad que no se comparte).
Gonzalo Torné, con quien no suelo estar en absoluto de acuerdo, daba sin embargo unos cuantos consejos de escritura interesantes. En concreto:
“Aprende a robar lo que pueda servirte, aprende a esconderlo. Estudia en profundidad a tres o cuatro autores hasta que los conozcas como la palma de tu mano, hasta que puedas torcerlos en el sentido de tus temas.”
La imitación, el homenaje, el robo comienzan en la admiración. Pero contienen también su punto de envidia. En mi caso, seguramente, también un afán de dominio ; de conocerlos “como la palma de tu mano” para poder desmontarlos como se desmonta un fusil, un reloj, y volver a montarlos despues. Para tus fines o para poder decir vanamente: “yo también puedo”.
Con Ellroy, Pinter, Onetti, Umbral, Delibes, Melchor… es posible.
Con Ursula no. Con ella no me atrevo, no puedo. Con ella solo quiero escuchar.

